martes, 3 de agosto de 2010

La magia de la Gigantona


Son las 3 y media de la tarde. En la casa de Don Alberto González, un hombre de pequeña estatura y contextura delgada, hay un gran ajetreo: todo el mundo corre de un lado a otro, se practican de último momento algunas coplas y con premura empiezan a poner sobre sus cuerpos las estructuras de madera recubiertas de coloridos ropajes. Es la hora de que comience el show, de recorrer las polvorientas calles del barrio con una de las tradiciones culturales nicaragüenses más vibrantes y coloridas de la Costa Pacífica: La Gigantona.

Las niñas y niños dejan por un momento de ver sus programas favoritos de televisión, para darle paso a la Gigantona, una mujer de títere gigante de unos 3 metros de alto, vestida con las mejores galas y adornada con toda suerte de accesorios: grandes aretes, pulseras de intensos colores y su respectivo sombrero que le confiere un aire de elegancia. Esta gran “muñecota”, se mueve presurosa al ritmo del redoble y el bombo, y siempre sale acompañada por “el enano cabezón”, que es otro títere de muy pequeña estatura y el fantoche que es un poco más alto. Su contagioso baile sólo se detiene cuando los músicos que la acompañan dicen sus coplas, cargadas de un espíritu satírico y llenas de ingenio.

lunes, 2 de agosto de 2010

El VIH no es el fin, es un desafío


“Ahora me siento más en control de mi propia vida”, me compartía un amigo cercano que tiene 5 años de vivir con el VIH. Después de haber sido un trasnochador empedernido, promiscuo hasta los tuétanos hoy es un hombre diferente: ya no se desvela, tiene una estricta dieta vegetariana, hace ejercicios y una vez al mes va al Hospital Manolo Morales a su chequeo de rutina en la Sala de Infectología y recibe sus antirretrovirales. Hasta ahora no ha tenido recaídas importantes.
Como él, hay miles de personas en todo el mundo que se han plantado con valentía y han decidido enfrentar una enfermedad, que lejos de ser una lapidaria e irreversible tragedia, hoy se ha convertido en algo manejable por la ciencia médica. El VIH es, sin duda alguna no el fin, sino un desafío para muchas personas. Personas que se han decidido a hablar en público del tema, a trabajar en consejería y a luchar tercamente por los derechos humanos de las personas con VIH consignados en la Ley 238, de promoción, protección y defensa de los derechos humanos ante el sida.
Existen muchos testimonios de vida esperanzadores que contribuyen a la desmitificación del VIH y sida como una enfermedad que acaba con la vida de las personas, les roba de un tajo sus ganas de vivir y los condena al anonimato, la culpa y la conmiseración del prójimo.
Estoy firmemente convencida que en esta vida todo es cuestión de actitud, de cómo encaramos los obstáculos que se nos presenten. Y encarando la pandemia del VIH despojados de posturas fatalistas y asumiéndola como un reto no todo estará perdido para las miles de personas, quienes sin distingo de raza, religión, edad o nivel socio-económico hoy en día, en cada rincón del mundo, viven con el VIH.

Jóvenes nicas: Reinventando nuevas trincheras de lucha



La juventud no tiene donde reclinar la cabeza. Su pecho es como el mar. Como el mar que no duerme ni de día ni de noche
Carlos Martínez Rivas (1924-1998)

Son muchos los que señalan que no hay entre los jóvenes contemporáneos ni un atisbo de voluntad de cambiar el status quo y darle un vuelco a este mundo tan mal enrumbado y desesperanzado. Estas voces fatalistas tienen un peso abrumador en el imaginario colectivo pero no reflejan con atino lo que los jóvenes de hoy en día están viviendo.
La mayoría evoca con nostalgia antiguas generaciones de jóvenes, en especial aquellos que en los años 60 y 70 tuvieron la oportunidad de ser artífices de radicales cambios políticos, culturales y sociales en todo el mundo y muy en especial en nuestra convulsionada América Latina. Y al evocar esas luchas pasadas, inmediatamente se contraponen con las tendencias de esta generación de jóvenes a los que se les tilda sin miramientos de apáticos, desarticulados, apolíticos y marcados por un consumismo ilimitado y un hedonismo sin par.
Los juicios son aún más sentenciosos y lapidarios en un país como Nicaragua, en el que la juventud tuvo un papel decisivo en el derrocamiento del régimen somocista en 1979 y vivió intensamente la aventura revolucionaria, la que por un poco más de una década, hizo que muchos jóvenes volcaran sus anhelos, fuerzas y creatividad en lo que se creía era el surgimiento de un nuevo proyecto de Nación.
Vale la pena, ante este panorama desalentador para muchos echar una mirada a qué está pasando con nuestra juventud, en qué están invirtiendo sus energías, en qué cifran sus esperanzas, cómo se están manifestando política y culturalmente, en definitiva, cómo se las están ingeniando como generación para dejar una huella distintiva de su paso por este mundo.

Una niñez robada



Crimen organizado de proporciones globales, ganancias que se cuentan por billones anualmente, tercer lugar en el ranking mundial después del comercio ilegal de drogas y de armas. La trata de personas, según la OIT, sólo en el 2005, dejó 31.6 billones de dólares está revestida de un hálito de lejanía.
Pocos se detienen a pensar que en su barrio, a pocas cuadras de su casa, en este instante mismo, una niña puede estar siendo secuestrada para ser esclavizada. Pueda que quizá no salga del país, ni siquiera de la ciudad, pero el calvario, lejos de ser menor, se duplica.
Este es el caso de Lupe, hoy de 16 años. A los 13 estuvo cautiva en Managua, la ciudad donde residía. No traspasó las fronteras de Nicaragua. No se trataba de una red intrincada de delincuentes. Fue secuestrada un 27 de diciembre del año 2007, a tres cuadras de su casa, cuando se dirigía a comprar un “remedio para el azúcar” de su abuela de 60 años en el Mercado Roger Deshon, en San Judas.

“Facebookeando”



Vivo con Carolina, una adolescente de 18 años, quien, no bien poniendo un pie en la casa, cruza dos fugaces palabras conmigo y presurosa enciende su laptop y empieza, abstraída de este mundo a “facebookear”. Es miembro de miles de grupos, sabe al dedillo todas las aplicaciones pero sobre todas las cosas se ha convertido en la mujer más informada del planeta.
Diario hay novedades.: ¿Supiste que la Luisa cortó con su novio de 5 años?.... ¿Cómo te diste cuenta?, pregunto con inocencia… Facebook, me responde… ¿Y viste que lindo el nuevo apartamento de Juan?.... ¿Fuiste?, pregunto con un atisbo de envidia… Facebook, subraya… Cómo vas a creer, se metieron a robar en la casa de tu amigo Martin…. ¿Cómo?, ¿Quién te contó?, insisto.. Facebook, contesta fastidiada por mi impertinencia.
Y es que sin duda es impertinente que me resista a la idea de que ahora todos cada vez más dejan expuestas sus alegrías y congojas, sus triunfos y fracasos, su situación sentimental y económica y hasta cómo amanecieron del estomago en el Facebook, una red que conecta a millones de personas en el mundo y que ha hecho sonar anacrónica e ilógica la palabra privacidad.
Confieso que no termina de enamorarme este asunto de facebookear pues es un espacio en el que las personas fanfarronean sobre lo felices y plenas que son sus vidas, lo prósperos que están, la gente “in” con la que se codean. Son decenas de fotos con rostros sonrientes, amigos entrañables abrazándose, guareadas de campeonato… en fin… el rostro amable de la vida.
Y cuando tienen que compartir sus cuitas son las que son “publicables” y te hacen lucir interesante o profundamente analítico. Eso en síntesis a mi juicio el Facebook, una vitrina, un colorido escaparate en el que miles de personas encuentran un pretexto perfecto para exponerse desde el bright side. Por eso y más no puedo y no podré facebookear como lo hace Carolina. ¿Mi ruina? Puede ser….. Aunque es rico vivir campantemente desinformada sobre las vidas ajenas.