sábado, 31 de julio de 2010
Adiós a la madriguera
Cuando me siento colmada de angustia o súbitamente asaltada por dudas existenciales que martillan mi psique, siempre releo un pensamiento del poeta portugués Fernando Pessoa (Lisboa, 1888- 1935). Al hacerlo, siento que retomo el paso, el aliento vital. Este escritor, decía muy acertadamente, al referirse a nuestra existencia que "hay que hacer de la interrupción un camino nuevo, de la caída un paso de danza, del miedo una escalera, del sueño un puente, de la búsqueda un encuentro".
En eso reside la esencia de la vida, a mi juicio: en saber reinventarse cada día. Lograr ese cometido es una tarea extenuante, a veces frustrante pero no imposible. Y para que ese proceso complejo de reinvención se pueda suscitar hay que aprender a "desapegarse", hay que "saber soltar". Y soltar implica dejar a un lado pesados fardos como las inseguridades, la codependencia, el temor casi paralizante al cambio y el miedo al fracaso.
"Saber soltar" es un imperativo para crecer como seres humanos y no se da de forma abrupta, ni mágica, es un proceso, y como todo proceso no es lineal. Es por eso, que tiene sus altibajos y puede ser que un día avancemos dos pasos y otros días retrocedamos tres. Sin embargo, lo importante es no perder el aliento y la motivación aunque esa sea nuestra reacción más natural ante este desafío existencial.
Llegar a este convencimiento no me ha resultado nada fácil. Y poner en práctica esta teoría que tan fácilmente se pregona es una tarea monumental. Hoy, en este momento, mientras se oye la lluvia caer y el silencio de esta habitación me inunda toda, me percato de que estoy dando pasos certeros y decididos para liberarme, dejar a un lado todo eso dañino que me impide crecer como una mujer plena y tomar las riendas de mi existencia.
Y esos pasos certeros pasan por acciones cotidianas, aparentemente insignificantes, pero que sumándolas van gestando cambios más profundos. Hace poco decidí, a conciencia, arreglar mi cuarto que más que un lugar acogedor se había convertido en una madriguera, en un desordenado espacio vital cargado de papeles viejos, fotografías mustias, ropas que ni haciendo ayuno y oración perpetua podría volver a vestir y sobre todo, "recuerdos" de pasados amores y pasadas amistades que me hacían sentir, cada vez que los veía, que "todo tiempo pasado fue mejor".
Blandiendo mi escoba, un trapo y muchas bolsas empecé poco a poco a descongestionar la madriguera. Cada vez que me topaba con alguna cosa vieja sentía unas ganas ubérrimas de seguirla guardando, atesorando, acurrucando. Primó, sin embargo, mi buen juicio y me libré de todo lo innecesario, me desprendí sin miramientos de ropa y zapatos que no ocuparé nunca más y al final del ejercicio, que me tomó dos intensos días, me sentí satisfecha, aliviada, ligera.
Walter Riso, un psicólogo colombiano en su libro "Reflexiones para vivir mejor" apunta algo que para mí se ha convertido en mi credo: "La madurez psicológica de un "yo" fuerte es la aceptación de que nada es para toda la vida. Del desprendimiento nace la paz". Y es justamente en búsqueda de esa paz espiritual que tanto ansío que estoy en este proceso de reinvención, de metamorfosis, de cambio de rumbo, para poder navegar ligero. Y lo estoy construyendo a diario. Mi cuarto es una prueba contundente.
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